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Panamá

Joven abusada cuenta su terrible experiencia en albergue de menores

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La entrevista fue publicada por Flor Mizrachi en el diario La Prensa.

Tienes 19 años de edad. A los 14 años quedaste embarazada. ¿Eso fue consentido?

No. Fue de alguien que tenía 28 años. Vivía cerca de mi escuela, se mostró amable conmigo. Yo era de pocos amigos y me generó confianza, así que me acerqué, nos hicimos amigos y pasaron cosas que yo no pensé que podían pasar. Él me forzó. Yo nunca le conté a nadie, porque no tenía amigos y sentí que era mi culpa por haber confiado en él.

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¿Cómo te sentiste?

Sola, frustrada, vulnerable. Me dejó de bajar el periodo y mi mamá adoptiva se dio cuenta y me hizo la prueba.

¿Querías abortar? ¿Sabías lo que era eso?

Sí sabía. En la escuela habían hablado de eso. Yo sabía que eso era lo mejor para mí.

Y, ¿qué pasó?

Mi madre adoptiva me llevó a un juzgado de niñez y adolescencia… No quiso ayudarme a abortar, porque, según ella, eso estaba mal, así que decidió ir allá para que le dijeran que por mi edad podían intervenir y permitirme abortar. Tenía dos meses de embarazo ya.

Y, ¿te lo permitieron?

No. Tenía que poner una denuncia y probar que el que había abusado de mí era el papá del bebé. Y entonces me daban la opción de poder abortar. En el juzgado me llevaron a hablar con una mujer y ella me pidió bajar las escaleras. Me ordenaron subir a un auto. Les dije que no iría a ningún lado sin mi mamá, pero había un escolta detrás por si me resistía.

¿Qué te dijo esa señora?

Que mis padres vendrían en la camioneta de atrás. Me montaron al carro y pusieron seguro para niños. Mis papás se quedaron esperándome. Yo nunca volví.

¿Ellos sabían a dónde ibas?

No. No les dijeron donde estaba hasta tres meses después. Todo esto ordenado por el juez, porque entregaron mi custodia a la Senniaf.

¿Dónde te llevaron?

Al Hogar María Guadalupe. La señora me dejó ahí y se fue. Entré a hablar con la directora, que me dijo que ahí estaría segura y recibiría ayuda. Le pregunté que si vería a mis padres y me dijo que no se iba a poder. Le pregunté si me ayudarían a abortar y me dijo que no, que eso era una bendición y que si no lo quería podía darlo en adopción a un albergue de huérfanos.

¿Qué pasaba por tu mente en ese momento?

Estaba llena de rabia. Me llevaron a ese lugar engañada, en contra de mi voluntad. Yo había intentado quitarme la vida semanas antes y ahora estaba cautiva en un lugar lleno de niñas tan desdichadas como yo.

¿Cómo recuerdas esos primeros días en el albergue?

Muy difíciles. No entendía cómo tantas niñas habían sido violadas y a ninguna se le permitió abortar. ¿Por qué teníamos que llevar esa responsabilidad? Estaba muy molesta, con ellas y conmigo.

¿Por qué estabas molesta contigo?

Por nuestra cobardía. Debimos haber luchado por nuestra libertad, por nuestra vida… Nos arrebataron gran parte de ella y ese albergue solo era una herramienta para hacernos sentir más culpables y solas.

¿Por qué lo dices?

Había chicas violadas por sus padres, primos, hermanos… la más pequeña tenía 12 y la había violado su papá. Ella no merecía eso, ninguna lo merecía. Llegaban chicas todavía con tiempo para hacerse un aborto como manda la ley por su edad y la violación, pero igual se les prohibía. Nos manipulaban y nos hacían sentir culpables. Nos decían que nos iríamos al infierno si abortábamos.

¿Cómo era el tema con las medicinas y la comida?

Íbamos al centro de salud de Paraíso una vez al mes, porque estábamos todas embarazadas. El albergue estaba auspiciado por la Fundación Ofrece un Hogar, tenía presupuesto y recibía donaciones, así que comíamos comida de personas, no de perro. Salvo cuando éramos muchas niñas. Generalmente éramos 12 ó 15, pero llegaron a haber 28 y ahí era más difícil comer. Pero fuimos afortunadas porque en otros albergues, por ejemplo donde estaban mis dos hermanas, daban poca comida o dañada. Y hubo una época en la que contrataron cuidadoras nuevas y cuando la directora se iba, llegaban carros y ellas se llevaban la comida.

¿Qué otro momento así recuerdas?

La directora le dio un cuarto que sobraba a su hija de 21 años, porque le quedaba cerca de la universidad. Le puso aire acondicionado. Nosotras también teníamos, pero no nos dejaban prenderlo.

¿Cómo era la educación?

No había profesores, salvo uno de inglés. El resto venía cada tres meses. Nos daban libros para estudiar solas.

Atención psicológica, ¿recibiste?

Una vez, con una psicóloga del centro de salud de Paraíso. Le dije que estaba harta de tanta injusticia, que no me quedaba nada por lo que seguir viviendo.

Y, ¿qué te dijo ella?

Le dijo a la cuidadora que yo tenía tentativa suicida y me internaron un mes en el Santo Tomás. Las primeras dos semanas fueron en Maternidad. Lo peor eran las horas de visita: todas veían a su familia y yo estaba sola. Me miraban con lástima y me traían comida. Lloré todas las noches, estaba desesperada. Y luego fue peor, porque me mandaron al ala de Psiquiatría. Al lado mío había una mujer que no paraba de gritar y un viejo que me acosaba. Cámaras, medicamentos, un trato pésimo…

Y luego, ¿volviste al albergue?

Sí. La directora no me quería ahí. Yo era un problema y ni ella ni el personal sabían lidiar con una embarazada con antecedentes suicidas. Pero al final, por orden del juez, me quedé.

¿Dónde estaban tus padres adoptivos cuando pasaba todo esto?

Me imagino que en su casa.

¿Qué pasó con tus padres biológicos?

Mi mamá tuvo una vida muy difícil, pasó su adolescencia en reclusorios porque servía como mula y guardaba armas. No tuvo familia y tuvo un montón de hijos. ¿Siete? Y fue dejándolos con quien se pudiera quedar con ellos. Mi mamá biológica conoció a mi mamá adoptiva en el salón de belleza. Me fue dejando poco a poco con ella y después le pasó mi custodia.

Y, ¿tu papá?

Estuvo más presente que ella. Cuando cumplí cinco o seis años trató de acercarse, pero no para vivir conmigo, sino para estar más presente.

¿Cómo siguieron tus días en el albergue cuando volviste del hospital?

Por un tiempo me sentí mejor, hablaba más y leía los libros que donaban las personas. Los donantes venían a tomarse fotos para sentirse mejores personas, pero la mayoría eran detestables. Solo veían a los bebés: nosotras éramos invisibles. Y llegaban a donar ropa rota o manchada.

¿Cuándo viste finalmente a tus papás adoptivos?

A los cuatro meses averiguaron dónde yo estaba y consiguieron un permiso para verme. Yo estaba brava, pero fue emotivo. Cuando se fueron, me revolvió recordar cómo me dejaron a mi suerte. Colapsé, me tomé todos mis antidepresivos y acabé de nuevo en el hospital. No quería volver a ese lugar horrible, que me empeoraba, pero no me quedó de otra. Me iban a llevar con la camisa de fuerza. Estuve una semana ahí, toqué fondo y me resigné.

¿Cómo te resignaste?

Ya no había nada que hacer. A menos que me quitara la vida, iba a tener que seguir con el embarazo y en ese lugar.

Un embarazo de alto riesgo por los intentos suicidas, ¿no?

Sí. Y lo peor era ir al centro de salud de Paraíso: los doctores y enfermeras eran groseros y nada empáticos.

Luego, diste a luz…

Sí, nunca lloré ni hice señas de dolor. No quería verme débil. No más. Fui al Santo Tomás, me hicieron firmar unos papeles, subí y parí.

Tenías 14 años. ¿Sabes qué firmaste?

Más o menos, lo leí de reojo. Era para que me pudieran hacer cesárea si se complicaba la cosa.

¿Qué sentiste cuando diste a luz?

Meses antes había decidido que me lo quedaría y haría lo que pudiera para darle una vida buena. Tampoco tenía opción. A las que querían dar en adopción, las hacían quedarse con el bebé seis meses: así se encariñarían y no querrían dejarlo. Cuando me lo mostraron, decidí amarlo y dije: “ninguno de los dos pidió esto, pero haré todo lo que pueda para que seas feliz y no te falte amor. Lamento haberte traído así, pero todo va estar bien”.

Te lo mostraron… ¿No te lo dieron?

Después de dos días de haber salido del hospital… por mis intentos suicidas. Qué hipocresía. Me obligaron a parir a pesar de esos intentos suicidas y ahora me trataban como asesina. Al final tuvieron que dármelo. ¿Quién más lo cuidaría? Nadie.

Diste a luz a los 15, edad en la que la mayoría celebra su 15 años. ¿Cómo fueron los primeros meses de mamá?

A las que estábamos recién paridas, por 40 días no nos ponían a limpiar ni nos paraban a las 5:00 a.m… Fue un descanso.

¿Cómo está tu hijo?

Sano. No habla mucho, pero ya se le está soltando la lengua.

¿Cuándo y cómo saliste del albergue?

El niño tenía tres semanas. Fui donde mi mamá adoptiva. Había una chica en ese momento que no aguantaba estar más ahí, tenía 8 meses de embarazo ya. Yo me había hecho amiga de ella y la ayudé a escaparse. Conseguimos las llaves, entretuvimos a las cuidadoras y abrimos las puertas para que ella saliera. Pero la policía la encontró y la devolvió. Le dejaron de dar comida por días y la aislaron. Comenzaron a buscar culpables y a mí me mandaron para mi casa como un castigo.

¿Te sentiste mejor?

No tanto, pero al menos no estaba en el albergue. Ya mis papás no me dejaron volver a la escuela: todo fue por módulos. Los primeros seis meses no salí de la casa.

Ahora, ¿con quién vives?

Con mi hijo y mi papá biológico. En casa de mis papás adoptivos también vivían otras personas que no me querían, porque yo no era de la familia.

¿Cómo te cambió la vida el albergue?

Ese lugar me dañó de todas las formas posibles. Todavía recuerdo el día que llegué, las primeras noches, las veces que me impedían dormir de día, que me culpaban, que solo quería morir, que a todos les importaba más un embrión que mi vida… Cada vez que veo a mi hijo recuerdo todo lo que tuve que pasar para que él existiera. Todavía me levanto en las noches llorando y con pesadillas. Yo merecía poder decidir cuándo ser madre.

¿Quisieras en algún momento tener otro bebé?

Solo pensarlo me atemoriza. Ese albergue fue lo peor que me pudo haber pasado en la vida. Destruyeron mi vida y ahora no sé cómo repararla y, de paso, ser una madre joven y soltera. A veces me dan ganas de volver al albergue, pero solo a abrazar a esas niñas. Me pregunto cómo siguen pasando chicas por ahí y nadie hace nada.

Ahora tienes 19 años. ¿Qué haces?

Entré a estudiar Criminología. Pagaba la carrera con lo que ganaba en trabajos eventuales, pero me tuve que salir porque por la pandemia no pude conseguir más trabajo y no pude pagarla.

¿Qué plan tienes?

No sé cómo será mi futuro. Quiero trabajar, ahorrar, terminar mi carrera y algún día irme de aquí. Este es un país muy misógino y las leyes no nos protegen.

Si estuviera en tus manos, ¿qué harías con la Senniaf?

Poner gente empática [a la] que de verdad le importen los niños.


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