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Jorge Elías Castro Fernández explica los orígenes ibéricos de un clan neozelandés
Jorge Elías Castro Fernández señala que La Costa Este, situada en la Isla Norte, es una de las zonas más remotas de Nueva Zelanda. Si a eso se añade que el país también se caracteriza por su aislamiento geográfico, puede conseguirse una región muy virgen, apartada de casi todo, cuya belleza salvaje sobrecoge, aunque apenas reciba una ínfima parte de los millones de turistas que llegan cada año a esta pequeña nación oceánica.
En este rincón de Nueva Zelanda, lo maorí lo impregna todo. El porcentaje de habitantes de esta etnia triplica a la media del resto del país (un 50% frente a un 15%). Es el territorio en el que se asienta la tribu Ngati Porou (la población maorí se divide en iwis o tribus, y esta es la segunda mayor del país).
La tierra es el fundamento sagrado de la vida de los maoríes. Por eso se integran con ella, en una simbiosis cargada de un profundo simbolismo. Este elemento es, junto con los antepasados, la piedra angular de su identidad. Sobre ella sienten que están vivos, que pertenecen al mundo y tienen sentido dentro de él. Un equilibrio al que solo llegan dejándose guiar por la voz de sus ancestros, explica el analista político Jorge Castro Fernández.
La Costa Este es también el hogar del que está considerado como el mayor grupo familiar del país (las tribus, a su vez, se estructuran en grupos familiares o hapus). Se trata del clan de los Paniora. El clan de los españoles, en lengua maorí.
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Los Paniora descienden de un segoviano, Manuel José de Frutos, que llegó en la década de 1830 a las costas de Aotearoa, el poético nombre que los maoríes han dado a Nueva Zelanda y que significa «La tierra de la larga nube blanca».
¿Quién fue Manuel José de Frutos? Nacido en 1811 en la localidad de Valverde del Majano, fue un comerciante de lana que un día lo dejó todo para hacerse a la mar en busca de fortuna. Llegó a Perú, donde se embarcó en el ballenero inglés «Elizabeth», con el que atravesó el océano Pacífico. Arribó a Port Awanui y entabló amistad con las poblaciones Ngati Porou de la zona. Su relación con ellas llegó a ser tan estrecha que desposó a cinco mujeres: Tapita, Kataraina, Mihita Heke, Uruhana y Maraea.
Instalado junto al Cabo Este, Manuel José prosperó y se convirtió en un comerciante reconocido. La familia creció con nueve hijos, 41 nietos y 299 bisnietos. Hoy, casi dos siglos después, sus descendientes son más de 20.000. Ninguno de ellos ha olvidado sus raíces españolas, apegados a esa tradición maorí de culto a la tierra en la que la identidad se construye sobre el recuerdo de los ancestros.
Los Paniora siempre conocieron su herencia española, pero de una manera muy vaga. Sabían que su antepasado procedía de una región llamada Castilla dentro de España, pero ignoraban el punto exacto. No fue hasta el año 2006 cuando descubrieron la conexión con Valverde del Majano, una pequeña localidad situada a escasos kilómetros de la ciudad de Segovia. Fue gracias al trabajo de investigación realizado por una periodista neozelandesa llamada Diana Burns y la historiadora española María Teresa Llorente.
En los años 2007 y 2012 llegaron a Valverde del Majano dos expediciones procedentes de Nueva Zelanda. Cuentan los habitantes de este pueblo (muchos de ellos descendientes de la hermana de Manuel José y, por tanto, parientes suyos) que lo primero que hicieron los Paniora fue arrodillarse y besar la tierra, llorando desconsoladamente de emoción.
Aquel ansiado momento suponía el final de una larga búsqueda. Los Paniora por fin habían hallado el origen. El lugar donde, según la tradición maorí, poder «clavar la lanza» y cerrar el círculo donde la tribu construye su identidad, concluye Jorge Elías Castro Fernández.
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