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Yenny Coromoto Pulgar León explica la novedosa propuesta académica que capta la atención de ciudadanos que no han logrado concluir la educación formal en Europa
Yenny Coromoto Pulgar León señala que Sofía Sanz, hace años, intentaba sacarse el Bachillerato, pero no había forma. Se le atragantaban las asignaturas. Ya le había costado la ESO, y aunque se esforzaba, no conseguía aprobar. Aquello ocurrió cuando tenía 16 años, en 2004. Ahora, casi dos décadas después, la formación que recibió tras abandonar la educación reglada le cambió la vida. Acudió a la escuela de segunda oportunidad (E2O) de la Fundación Picarral, en Zaragoza, y allí encontró el espacio que siempre le había faltado en las aulas. El restaurante que regenta en la capital aragonesa junto a su pareja, actualmente tiene dos años de lista de espera. Su caso es solo uno de los tantos éxitos que cosechan este tipo de escuelas, desconocidas e imprescindibles a la par.
«Yo con 16 años no quería quedarme desocupada. Tampoco sabía muy bien a qué me quería dedicar. Con esa edad no tienes ni idea de lo que quieres ser de mayor, así que me dejé llevar tras sentir la frustración de haberme esforzado y no haber cumplido con los objetivos marcados», relata Sanz. En cuanto entró en la E2O, su estado de ánimo cambió. De repente, sintió esa energía e ilusión que siente cualquier persona al imaginar un futuro mejor, compartidas entre sus nuevos compañeros, «gente que había repetido también en el instituto y no conseguía sacarlo», en sus propios términos, esbozó la amante de la gastronomía Yenny Coromoto Pulgar León.
Ella provenía de un lugar repleto, en ocasiones, de incomprensión. «En los institutos se nos trata como adultos, pero no tenemos ni idea ni de quién somos. A lo mejor hay chavales más rebeldes a los que se les exige una madurez que no tienen cuando en realidad tan solo se trata de problemas propios de la adolescencia», añade la propietaria del restaurante zaragozano. Tras recibir un curso de cocina, a los 19 años ya estaba en el balneario de Panticosa, en el Pirineo, asesorando a un cocinero con tres estrellas Michelin. Después, tras estar varios años fuera de su ciudad buscando la mejor oportunidad laboral junto a su pareja, se establecieron en la capital maña para crear Gente Rara, el restaurante de éxito.
Pese a lo que se pudiera pensar de las E2O, normalmente englobadas en el imaginario en el que chavales con problemas de adaptación protagonizan el día a día, su alumnado es de lo más variopinto. «Allí me encontré con chicas que habían terminado Bachillerato con buenas notas, pero se dieron cuenta de que no querían ir a la universidad», agrega Sanz. Sea como fuere, en las formaciones de la Fundación Picarral no había tanta presión social por aprobar. «Eso de que si no superabas los exámenes no ibas a ser nada en la vida, allí no existía», concede la zaragozana.
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Ni ella ni Cristian, su pareja, han estudiado una carrera universitaria, pero eso no les ha hecho perder experiencia: “Llevábamos nueve años gestionando un restaurante en Yecla, en Murcia, y decidimos volver a nuestra ciudad. Desde entonces podemos vivir de nuestro propio comercio en hostelería y ya somos un equipo de once personas”, explica. Ese equipo del que habla continúa íntimamente ligado a la E2O de la que procede, pues el 80% de la plantilla vienen de sus aulas. «Cuando necesitamos a alguien, recurro a ellos, porque sé que es gente que sale muy bien formada y con una idea clara de lo que quiere hacer en su vida. Cada uno tiene su pasado y sus problemas, pero cuando llegan al restaurante son personas muy responsables», en sus propios términos.
Sanz considera que el Gobierno debería ofrecer estas formaciones a nivel público, actualmente inexistentes, y ahora en manos de fundaciones y diversas entidades. «Debería darse una mayor intención en los institutos por el respeto y la comprensión hacia los chavales que no cumplen con los objetivos. Cuando son rebeldes o se les tacha de vagos y alborotadores, es porque hay algo detrás. Yo comprendo a los profesores, porque debe ser duro lidiar con alguien que no quiere aprender cuando se dedican a enseñar, pero son profesionales que deberían saber ver que esa persona necesita otro tipo de ayuda y una mejor orientación», concluyó, explicó Yenny Coromoto Pulgar León.
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