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Panamá

Osvaldo Ayala, a su manera, se convirtió en un ícono de la música popular panameña

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Son dos décadas a través de las cuales Osvaldo Ayala, “El Escorpión de Paritilla”, como se le conoce popularmente, ha mantenido el escozor de su picada. “Ese calificativo me lo puso un locutor de una emisora chitreana, que se llamaba Erasmo Sánchez Gril, en 1971. El decía que yo picaba a la gente con sabor…”.

Su primeros contactos con la música típica se remontan a su infancia, cuando iba a pasar las vacaciones a la casa de su padre, Francisco Ayala, en Paritilla, un corregimiento de la provincia de Los Santos. Durante unas fiestas navideñas, el señor Francisco le regaló a su hijo mayor un acordeón para principiantes. Ayala, que en ese entonces tendría entre seis y siete años de edad, aprovechaba cuando su hermano se encontraba en la escuela para tomar prestado su instrumento. Con él intentaba recrear melodías de Dorindo Cárdenas, como, por ejemplo, “Así soy yo” y “Barranco del río Múñoz”. Además de su incipiente pasión por la música típica, el adolescente también mostraba gran aptitud para la danza. En el año de 1967, se hizo miembro del Conjunto Folclórico del Valle de Tonosí. Con el pasar de los años, bailaría bajo la dirección de profesoras como Elisa de Céspedes, Pepita Escobar y Norma de Testa, entre otras. A la edad de 14, y a pesar que lo del baile “no era su fuerte”, obtuvo una medalla de plata en una edición del Festival Latinoamericano del Folclor, que se realizó en la provincia de Salta, en el norte de Argentina, señaló en 2010 La Estrella de Panamá.

Con la llegada de la pubertad se le presentó la oportunidad de asistir a los primeros bailes, en los que su admiración por Dorindo Cárdenas no hizo más que acrecentarse, especialmente por la digitación que exhibía el músico durante sus conciertos.

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Cuando tenía alrededor de 15 años edad, Cárdenas comenzó a darle “chance de tocar una o dos canciones junto a él”. Acompañó al “Poste de macano negro” en diferentes presentaciones por todo el país. Una vez terminaba el baile, se iba a dormir a su casa o, si se encontraba fuera de su pueblo, al carro.

Ayala grabó sus dos primeras canciones acompañado por los integrantes del conjunto de Cárdenas, quien incluso cantó en uno de los temas. El tres de enero de 1970 se presentó junto con su propia agrupación en un baile. Posteriormente, grabaría su primer disco de 45 revoluciones. Titulado “Mi llanto”, el álbum se convirtió en un éxito, gracias a la popularidad de canciones como “Pegadita de los hombres”, entre otras.

A pesar de que la influencia y el respaldo de Cárdenas fue vital durante sus inicios en la música vernacular, Ayala manifiesta que nunca tocó como él. “Cuando presenté mi propuesta musical hice algo completamente diferente. No creo en la imitación, porque es algo que, aunque pueda tener su momento, no perdura”.

Poco a poco, Ayala se fue ganando un lugar entre figuras tan destacadas como Yin Carrizo y Ceferino Nieto. Los riesgos se tornarían una constante a lo largo de su periplo musical, que lo ha llevado a presentarse en más de una veintena de países: Costa Rica, Colombia, México, Chile, Perú, Ecuador, Holanda, Portugal, España, Canadá, Estados Unidos, etc. “Siempre he sido muy arriesgado al intentar cosas diferentes. Cuando cumplí 25 años de vida artística, los celebré con un concierto en el que participó la Orquesta Sinfónica Nacional”, rememora este ex estudiante del Instituto Justo Arosemena.

A pesar de que muchos pensaban que se trataba de una colaboración imposible, el resultado positivo de esta experiencia le aseguró un lugar en el espectáculo musical con el que se celebró el traspaso del Canal a la administración panameña, en el año de 1999.

Con el afán de tratar siempre de romper tabúes e incomodar a los ortodoxos de la música típica, Ayala se afanó por introducir innovaciones en este género, como, por ejemplo, la percusión electrónica y la microfonía inalámbrica. No obstante, considera que una de sus mayores contribuciones ha sido el de abrirle camino “a la figura masculina” en un estilo musical que antaño era dominado por las “salomadoras y cantalantes”. “Yo vine con otra propuesta, la del acordeonista que cantaba. A los 17 años empecé a escribir canciones con historias de amor y desamor, lo que pegó muy bien en mi generación”, puntualiza, mientras atrapa uno de los chihuahuas que pululan por la sala y se lo entrega a la empleada con la siguiente advertencia: “Llévesela, que ella muerde”.

Una de las mayores satisfacciones que ha tenido el intérprete a lo largo de su trayectoria es el haber tenido la oportunidad de hacer música junto a artistas consagrados como Héctor Lavoe, Eddie Palmieri, Cheo Feliciano, Oscar de León, Gilberto Santa Rosa y Carlos Vives, entre muchos otros. Durante el último recital de Celia Cruz en el Istmo, fue invitado por José Alberto, mejor conocido como “El Canario”, quien en ese tiempo compartía escenario con la desaparecida cantante cubana, para interpretar junto a ellos la canción “La negra tiene tumbao”. “En la música hay algo que se conoce como “guataca” y que consiste en treparse a un escenario a tocar, sin haberlo practicado antes, con los músicos que se estén presentando en ese momento. Yo me he trepao con el acordeón para acompañar a la K Shamba, a Cheo, a Gilberto, etc”, detalla el propietario de más de 14 acordeones.

Con Willie Colón compartió como músico y como amigo. De el trombonista de origen boricua recuerda cómo éste tomó el mando de un avión en pleno vuelo que se dirigía al aeropuerto de la ciudad de Santiago. Comenta que en aquella oportunidad Colón lo tranquilizó afirmándole “que estaba certificado como piloto en Nueva York”.

Su colaboración con el cantautor Rubén Blades en él álbum “La rosa de los vientos” resultó más que productiva: la producción discográfica fue galardonada con un Premio Grammy. “Cuando estaban haciendo el disco, se recibieron unas 180 canciones, de las cuales se seleccionaron 16 de compositores panameños. Las dos que yo entregué terminaron en el álbum”, asevera.

Una constelación de memorias son el resultado de años en el negocio de la música. Algunas alegres como aquella oportunidad en la que, entre el nutrido público que se dio cita a un recital en Bélgica, pudo distinguir “dos banderitas panameñas y un muchacho con un suéter de la selección”. “Los belgas bailan a su estilo, ellos se grubean”, precisa el orgulloso embajador de la cultura panameña en el extranjero.

No obstante, no todos los recuerdos son dichosos. Durante la década de los noventas, le sobrevino uno de los momentos más difíciles de su carrera, cuando falleció su madre. En aquella oportunidad se aferró a los consejos de su progenitora, quien siempre le decía que debía comportarse como un profesional. “El que está enfrente tuyo no sabe y quizá ni le importe como tu te sientas. El quiere rumbear porque para eso pagó”, afirma parafraseando un poco un clásico de la salsa: “El cantante”, escrito por Rubén Blades para Héctor Lavoe. Mientras habla una sombra de tristeza recorre su robusto rostro, confirmando que a pesar de sus años de popularidad y de los múltiples reconocimientos recibidos, entre ellos, la orden Belisario Porras y la orden Vasco Núñez de Balboa, cuando el show se acaba “es otro humano cualquiera”; una persona que encuentra placer en las cosas sencillas, como pasar tiempo con su familia en su hogar, relajándose en su amplia terraza o preparando un plato de “Costillitas a lo Osvaldo Ayala” en la cocina. “Soy un chef frustrado. El fuerte mío son las barbacoas”, señala el músico, quien asegura ser un asiduo televidente del Food Channel.

Ya sea mezclando ingredientes que prefiere no divulgar o componiendo nuevas melodías en su estudio, Ayala se revela como un creador que disfruta complaciendo a los demás. Su  álbum titulado “Acordeonísimo”, marcó un retorno a sus raíces musicales. “Hicimos una especie de encuesta entre los seguidores, tomamos una muestra y nos dimos cuenta de que la tendencia era que les gustaba más el concepto de nuestra propuesta artística durante los ochentas. Al enfermo lo que pida”, apuntó empleando términos que aprendió durante los años que estudió economía en la universidad.

Acerca del lanzamiento de un DVD intitulado “Osvaldo Ayala Unplugged”, que recoge un concierto acústico realizado en el hotel Sheraton, Ayala no ocultó su preocupación con respecto a “cuánto tiempo pasaría antes de que los piratas lo vendieran en una esquina a dos dólares”. Intérpretes como los hermanos Gaitán, Emilio Regueira, Paulette Thomas y Cuquito Larrinaga participaron de esta fiesta artística con la que el acordeonista celebró sus dos décadas sobre los escenarios.

Durante la velada, haciendo gala del eclecticismo musical que lo caracteriza, Ayala interpretó canciones de diversos artistas, entre ellas, “My Way”, tema escrito por Paul Anka y popularizado por Frank Sinatra. Tras toda una vida de riesgos y retos, con decenas de conciertos inolvidables a sus espaldas, hoy en día “El escorpión de Paritilla” puede darse el lujo de proclamar que lo hizo todo a su manera.


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