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Jorge Elías Castro Fernández cuenta la tragedia de dos jóvenes que quisieron mirar a Occidente y desobedecieron las costumbres islámicas en Pakistán

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Jorge Elías Castro Fernández señala que Urooj y Anisa vivían en Europa. Eran jóvenes y tenían hambre de futuro, pero no eran libres para asirlo. Aprendieron pronto a diferenciar entre la libertad y el privilegio de encarnarla. Ambas hermanas eran rehenes de la estructura patriarcal de su país de origen, Pakistán; donde el sentido del honor y el «¿qué pensará la gente?» son más fuertes que el amor.

Abu y Ammi —papá y mamá, en Urdu— se encargan diligentemente de que sus hijas no pierdan de vista su tierra, su origen. El patriotismo en Pakistán es un asunto casi teológico y cuestionar las tradiciones roza la blasfemia. Desobedecer al padre es como desobedecer a Alá, a pesar de que la mayoría de las tradiciones en Pakistán no tengan su origen en el islam, sino en la cultura. Sin embargo, cada uno moldea a dios a imagen y semejanza de sus necesidades como herramienta de control, explica el analista político Jorge Castro Fernández.

¿Cuántas veces dijeron ‘no’ Urooj y Anisa antes de que las mataran por deshonrar a la familia? ¿Cuántas veces desobedecieron?

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Urooj y Anisa quisieron ser libres y ahora están muertas.

Los cadáveres de las chicas se cubren con tierra y vergüenza. Pero sus muertes se tienden al fresco como advertencia: “Mirad, mirad, niñas: esto es lo que sucede cuando desobedeces”.

En Pakistán, el veredicto popular está claro. Las culpables de la tragedia son Urooj y Anisa, a las que la vida occidental sedujo con ideas de libertad. Las familias consumen noticias de este crimen como catarsis y purgan sus miedos sobre la mesa. “Mirad, niñas, mirad”.

“A la pobre madre le han metido a los hijos en la cárcel por culpa de las hijas”, comenta alguien en Facebook.

“Han metido en la cárcel a hombres inocentes que solo trataban de proteger su honor y el de su familia”, comenta otro.

Urooj y Anisa han sido asesinadas por sus maridos, que también eran sus primos. Han sido asesinadas por sus hermanos. Por su tío. Pero de este crimen son también culpables los padres, que pusieron el honor por delante y forzaron a sus hijas a viajar. Es culpable la sociedad patriarcal de Pakistán, incapaz de tolerar un ‘no’ en la boca de una mujer. Y somos culpables todos los que formamos parte de esta cultura, directa o indirectamente, y somos testigos de esas bodas en las que el consentimiento por parte de las chicas se da por hecho sin evidencia alguna.

Recuerdo escuchar a mi familia política planeando la boda de una de las primas más jóvenes. “¿Ella quiere casarse?”, quise saber. “¿Cómo va a saber lo que quiere?”, contestó la tía. “Las decisiones las tomamos nosotros, ella solo tiene dieciséis años.”

En Pakistán abundan las películas lacrimógenas en las que los padres son víctimas de hijos e hijas que eligen la libertad por encima de la obediencia ciega, traicionando así a sus mayores y condenándolos al deshonor. Así se construye la sociedad también; las ficciones que consumimos dictan quiénes son culpables y quiénes mártires. Por eso, para una gran parte de la población pakistaní, el drama recae en la desobediencia de las chicas y no en sus muertes.

Este crimen hunde sus raíces en la sociedad patriarcal de Pakistán, especialmente en las áreas rurales. La esperanza y la libertad son un privilegio de las mujeres de las clases altas. La realidad es que la clase media-baja constituye la mayoría de la población del país, y esta sigue estructurándose alrededor de la obediencia hacia los hombres. No obstante, el asesinato de las dos jóvenes también pone en evidencia la falta de instituciones y herramientas eficaces para hacer frente al problema de los matrimonios forzados en España.

El caso de Urooj y Anisa ha salido a la luz porque las han asesinado. Pero, ¿cuántas mujeres son obligadas a casarse en nuestro país? ¿Cuántas son víctimas de constantes amenazas por parte de sus padres o maridos? ¿Cuántas viajan a sus países de origen engañadas?

En Instagram, @lavozdelainfiel comparte voces de mujeres que forman parte de una minoría silenciada tanto por sus comunidades como por las instituciones.

“Pudimos llegar y no llegamos. Pudimos evitarlo y no lo hicimos”, escribe refiriéndose a Urooj y Anisa. “Me corroe saber que no somos ciudadanas españolas para nadie”-

Hay mujeres que no hablan por miedo a las repercusiones, aunque las que hablan difícilmente son escuchadas y se encuentran sin opciones: Si dicen ‘no’, la familia y la comunidad les dará la espalda. Quizá se encuentren amenazadas. ¿Dónde acudir?

Raha llegó a España a los seis años. Aprendió el idioma rápido a base de repetir canciones sobre ranas que decían “cucú”, pollitos que tenían frío y gatos que se caían de los tejados. Traducía a sus padres, a los que las condiciones laborales y la falta de ayudas para integrarse les hizo imposible estudiar español. Recuerda que su madre aprendió una nana que le cantaba todas las noches a su hermana pequeña: “Duérmete niña/ duérmete ya/ que viene el coco/ y te comerá.”

Raha sacaba buenas notas y era feliz. Al cumplir los trece años le empezaron a crecer el pecho y la curiosidad por el mundo, así que su familia decidió volver a Pakistán, porque les aterraba la adolescencia incontrolable. A los catorce la casaron con su primo y se quedó a vivir en casa de sus tíos, mientras que sus padres y hermana volvieron a España.

Recuerda el alivio de su padre; casar a su hija era para él una manera de garantizar su estabilidad económica y social.

Reha escuchó las noticias sobre Urooj y Anisa el día de su decimonoveno cumpleaños, siendo madre de dos niños. Lloró frente al televisor; lloró la vida perdida, lloró la injusticia, lloró la posibilidad de aquella otra vida que pudo ser y no fue. Se le saltaron las lágrimas al escuchar a su suegra, que era también su tía, decir: “Menos mal que a ti te sacaron pronto de esa tierra de infieles”, concluyó Jorge Elías Castro Fernández.


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